Campobase 2025, La estrella de Ondra

Campobase 2025
15/07/2025 00:00

La estrella de ONDRA
El pasado 25 de noviembre comenzamos la ascensión por la cara oriental, aún sin escalar, del Langtang Lirung (7.227 metros). Éramos solo dos, el alpinista eslovaco Ondra Húserka y yo. El sexto día, hacia las 11 de la mañana, llegamos a la cima donde, según los registros oficiales, nadie había estado desde hacía más de diez años. Unas gélidas sonrisas a la cámara y rápidamente hacia abajo. El 1 de noviembre, después de un total de siete días de escalada compleja y comprometida, y siete duras noches en la montaña, regresaba al campo base vacío. Estaba solo... Detrás de mí había dejado una difícil montaña que había resistido el ataque de muchas expediciones. Para bajar y abandonar este gigante era necesario atravesar un peligroso glaciar. Pero lo peor no era eso. Cargaba con el pesado dolor de haber perdido a mi compañero de escalada...
EL COMIENZO
Hay momentos, como después de una carrera, en los que puedes arrastrarte hasta una silla y disfrutar del lujo de la tranquilidad y un buen barreño de agua caliente. No tienes que hablar con nadie, solo relajarte. El cansancio de la mente y el cuerpo va desapareciendo poco a poco. Esos momento me han brindado a lo largo de mi vida la oportunidad de volver la vista atrás y recorrer cada uno de los largos que acababa de completar. Repasar la belleza, la tensión y esa amistad atada, por momentos, únicamente por una cuerda. Caminando entre preciosos picos blancos, con avalanchas que caen, el frío de la montaña, la sed y esa pasión con cada latido del corazón.
Los dramáticos acontecimientos de aquellos días se quedarán para siempre grabados en mi memoria. Momentos que siempre recordaré por estar entre los más salvajes y bellos que he vivido en las montañas, pero también por ser de los más dolorosos. Nuestra historia comenzó cuando aterrizamos en Katmandú el 25 de noviembre. El objetivo era el Langtang Lirung. Un nombre gracioso ya que la palabra tibetana “Lang” significa yak, el típico ganado peludo de los lugareños. Mientras que “Tang” significa seguir. Cuenta la leyenda que este pintoresco valle escondido fue descubierto por un lama local cuando buscaba un yak perdido. Así que dijeron “sigamos a la vaca cornuda”. El equipo lo formábamos cuatro personas: los alpinistas Ondra Húserka, Ondra Mrklovský, el exbanquero Pavel Hodek, gran aficionado al trekking y la escalada y yo, Marek Holeček. Después de unos días en Katmandú nos desplazamos hasta Dhunche. Ahí comenzamos la aclimatación. Nuestro viaje comenzó en el lago Gosainkunda y continuó por el valle de Langtang, a lo largo del salvaje río que desciende desde los glaciares de la montaña. Casi tres semanas después de nuestra llegada pudimos dar el segundo paso que implicaba empezar a escalar con una mínima aclimatación el Langtang Lirung. En otras palabras, era el momento de trasladarnos al campo base, un lugar mágico rodeado por la monumental pared de la cara oriental del Langtang y los picos circundantes.
EL LANGTANG LIRUNG
El campamento base se encontraba a 4.500 metros de altitud. La zona está formada por el espolón de una morrena cubierta por una alfombra de hierba que atraía yaks errantes. Este verdor se veía interrumpido por pequeñas cascadas y arroyos que se asemejaban a las venas de la mano de un anciano. Pero detrás de este mundo exuberante sabíamos que se extendía una tierra inhóspita de roca y hielo. Un paisaje con una vida propia, con habituales y aterradores crujidos de hielo, el impactante sonido de la roca al caer y el estruendo de las avalanchas. Sonidos que parecían llegar desde el mismísimo infierno, desde un reino donde no hay lugar para la vida. Todo ello enmarcado bajo el gigantesco telón de fondo de la cara oriental del Langtang, de 2.700 metros de altura. El primer intento por la cara este llegaría el 20 de octubre. Pavel Hodek permanecería se quedaría cuidando del campo base. Sin embargo, todo se torció a las primeras de cambio. Al amanecer ascendimos doscientos metros por encima de la torre nevada con forma de cono a la que llegaban los últimos coletazos de las avalanchas que escupe esta vertiente. Por desgracia, junto con los primeros rayos de sol empezó a soplar una brisa muy cálida. El efecto destructivo del cambio de temperatura se notó de inmediato. Empezaron a caer piedras y bloques de hielo que volaban por el aire al chocar y provocaban un aterrador sonido, como los gruñidos de un perro furioso. Así, antes de las 10 de la mañana nos tuvimos que resguardar bajo un pequeño saliente de roca. Entonces empezaron a llegar nubes desde el valle. No podíamos hacer nada. Era imposible descender en rápel en medio de aquella tormenta de hielo y rocas. Las nubes comenzarían a dejar pequeños copos de nieve, así que nos metimos rápidamente en la tienda y permanecimos dentro las siguientes 24 horas. Durante la noche, la nieve no dejó de caer, y por momentos temimos que la cantidad acumulada nos pudiese sepultar o aplastar dentro la tienda. No obstante, el techo rocoso que nos protegía parecía capaz de soportar la carga de mil toneladas del blanco y gélido elemento. Por la mañana, al despertar, vimos cómo se seguían deslizando avalanchas sobre nuestras cabezas, algunas de gran tamaño. En esos momento, lo único que teníamos en mente era salir de allí y empezar a rapelar lo antes posible. Fue una experiencia muy dura y, de hecho, el más joven de los Ondras decidió abandonar. Se me acercó y me dijo con total calma: “Mára, no iré en el segundo ataque”. Era inútil intentar persuadirle. “Bueno, ¿y tú, Ondra?, le pregunte a mi otro compañero. “Yo sigo”, respondió con una sonrisa.
PRIMER DÍA (25 DE OCTUBRE). CAMPO BASE AVANZADO (4.700 METROS) - VIVAC (5.500 METROS)
Tras varios días de espera, el 25 de octubre dejamos el campo base. La negra oscuridad sólo se veía perturbada por la luz de los frontales y el sonido de los crampones al clavarse en la dura capa de hielo. El objetivo del día era atravesar lo más rápido posible el lugar donde habíamos fracasado en el anterior De repente nos encontramos con dos enormes muros de hielo vertical que cubrían completamente el camino. Ante nosotros, un estrecho y peligroso embudo que acumulaba sobre nuestras cabezas todo el material que se desprendía de secciones superiores de la montaña. Atravesamos tan rápido como nos fue posible este tramo hasta llegar a una arista con varios pasos en mixto. Avanzamos hasta el final de la arista en busca de un buen lugar para montar el vivac antes de que el sol hiciera acto de presencia pero, ya se sabe: “el hombre propone, y Dios dispone”. Intentamos avanzar tanto, y tan rápido, como nos fuera posible. Sin embargo, el terreno era técnico y complejo, y el hielo parecía espuma congelada. Nos encontramos con varios tramos bastante verticales con pequeños desplomes que nos obligaron a superarlos casi colgando hacia atrás. Pese a todo, Ondra estuvo soberbio. Por momentos, los seguros desempeñaban un papel más de apoyo emocional que de seguro real. Ondra seguía avanzando... Yo iba detrás con la respiración forzada. Cuanto más rápido escaláramos y superáramos aquel gigantesco escalón helado, más rápido nos alejaríamos del “corredor del horror”. Todo iba bien pero, de repente, ocurrió algo. Oí gritar a Ondra: “¡Avalancha!”. Inmediatamente pensé que era el fin, pero mis manos, por instinto, clavaron automáticamente el piolet lo más profundo posible en el hielo. Durante unos segundos, que me parecieron una eternidad, no pasó nada... De repente me asaltó una inmensa masa de oscuridad blanca que me envolvió en su interior como si quisiera tragarme. No podía respirar. La presión iba en aumento. Sentí varios golpes brutales en la cabeza, en los hombros, en los brazos... Entonces me di cuenta que no podría aguantar mucho más así. Por suerte, la presión fue cediendo lentamente.
No obstante, seguía sin poder abrir la boca. Me di cuenta que ya llevaba un buen rato aguantando la respiración. Apenas podía respirar por las fosas nasales. Estaba rígido, tieso, como un cubito de hielo. Tras unos instante pudimos gritarnos. Parecía que ambos estábamos bien. Sabíamos que aquello había sido un aviso, pero no habría una segunda oportunidad. Sin perder un segundo nos pusimos en marcha. Debíamos salir de ahí. Sin tiempo ni para asegurarnos el uno al otro, ambos empezamos a escalar por la escarpada pared de hielo en busca de un lugar fuera del alcance de las avalanchas. Jadeábamos con cada movimiento. Estaba sin aliento, aunque solo nos quedaban unos metros para salir de ahí. Entonces, Ondra volvió a gritar: “¡Cuidado!”. Un momento después, una avalancha se deslizó hacia abajo, junto a mis pies, por el extremo derecho del corredor. Lo habíamos logrado. Habíamos dejado atrás aquel mortífero embudo y ya podíamos continuar con más calma.
SEGUNDO DÍA (26 DE OCTUBRE). VIVAC (5.500 METROS) - VIVAC (5.800 METROS)
El vivac estaba justo en la punta de una afilada arista rocosa. Visto desde fuera, la tienda parecía un nido de golondrinas encajado bajo un tejado. Montamos la tienda sobre una pequeña superficie lisa con un lado pegado a la roca. Los otros tres lados carecían de apoyo alguno, peligrosamente cerca de un profundo abismo con final en el glaciar. A la mañana siguiente empezamos escalando un tramo de roca casi completamente lisa. No era muy vertical, pero cada paso era complejo y requería toda nuestra atención. Tras superar esa sección nos encontramos en un pequeño corredor helado que nos conectaba con otro zona de roca desplomada. Pese a nuestro esfuerzo, notábamos que avanzamos muy despacio por aquel tramo principalmente compuesto por hielo costra descompuesto y una fina capa de nieve sobre la roca desnuda. Hacia las 12 de la mañana llegamos a la conclusión de que no podríamos atravesar aquellos “puentes celestiales” (así es como bauticé la travesía) en un solo día. Tocaba vivaquear por tercera vez.
TERCER DÍA (27 DE OCTUBRE). VIVAC (5.800 METROS) - VIVAC (6.300 METROS)
En mi mente deseaba que éste fuera el último tramo difícil de la ruta. O al menos, en el quen terminara la escalada técnica sobre roca. Ansiaba dar con un corredor nevado que condujera directo a la arista cimera. Pero de eso ni hablar. Al menos no ese día. Los “puentes celestiales” terminaban en una sección de la montaña de roca muy vertical. Nos miramos algo compungidos y echamos a suerte quien lideraría los siguientes largos. Le tocó a Ondra. Tragué saliva con alivio. Al cabo de un momento pude ver a Ondra balanceándose, con calma y confianza, sobre las puntas de sus crampones. Seguía avanzando dando pequeños pasos. Al cabo de unos cuarenta minutos oí que Ondra me llamaba: “Vamos... Estoy asegurado”. Ahora tocaba resolver el siguiente problema ya que se acercaba la noche. ¿Dónde pasaríamos la noche en medio de esas paredes tan verticales? Finalmente decidimos descender en rápel un corto tramo y quedarnos en una pequeña punta rocosa entre dos barrancos. A Ondra le preocupaba que pudiéramos ser arrastrados. Yo le respondí con seguridad que no pasaría nada. Sin embargo, sentía esa misma inquietud que él, aunque sabía que no había nada mejor cerca.
CUARTO DÍA (28 DE OCTUBRE). VIVAC (6.300 METROS) - VIVAC (6.800 METROS)
Las dificultades parecían no tener fin y el cansancio empezaba a hacer mella. Ante nosotros apareció un enorme saliente, de unos setenta metros, cubierto por una frágil cortina de hielo poco fiable. Teníamos dos opciones: dirigirnos hacia la derecha y correr el riesgo de que algo nos cayera encima, o tomar la dirección opuesta, donde la pared de hielo era incluso más vertical. Al final optamos por la segunda. Los piolets se atascaban con cada golpe para, seguidamente, deslizarse por la presión y mostrar una peligrosa tendencia a querer salirse de la masa helada. Al mismo tiempo, los crampones parecían patalear en vano en su fútil intento por aferrarse a alguna superficie sólida. Entonces, el viento empezó a soplar. Quedaba una hora y media para que oscureciera. Ambos temblábamos de frío como pequeños pinschers. Estudiamos el terreno con cuidado para ver dónde podíamos montar otro maldito vivac. Alrededor sólo había laderas muy verticales cargadas de nieve como si hubiesen rociado las crestas con nata montada. Teníamos un problema... Seguimos avanzando en busca de algo mejor. Cada metro ganado nos costaba la vida pero, al final valió la pena. Detrás de unos salientes nevados dimos con una diminuta cueva. Al menos pudimos sentarnos y estirar un poco las piernas, pese a que uno de nosotros tuvo que dejar las piernas colgando sobre el vacío.
QUINTO DÍA (29 DE OCTUBRE). VIVAC (6.800 METROS) - VIVAC (7.100 METROS)
El último día antes de alcanzar la arista cimera fue horrible. La cumbre parecía estar a tan solo un paso pero, nos llevo todo un día. Cada vez que daba cuatro pasos hacia adelante en medio de aquella nieve profunda, me deslizaba tres pasos hacia atrás. Tenía la sensación constante de que alguien tiraba de mis piernas hacia atrás. Ondra estaba agotado, así que pasé de primero y avancé como pude luchando por cada centímetro. Desconecté la cabeza, dejé de lado todo pensamiento y me limité a contar mecánicamente los pasos que daba, siempre formando series de seis. Tras cada serie me detenía y me apoyaba con las manos y el casco en la pendiente. Respiraba profundamente, y luego repetía todo el proceso otra vez. No fue hasta la puesta de sol que montamos la tienda bajo la cima de la montaña, en un lugar agradable, que el viento alisaba como si quisiera ayudarnos a preparar nuestra siguiente morada.
SEXTO DÍA (30 DE OCTUBRE). VIVAC (7.100 METROS) - CIMA (7.227 METROS) -VIVAC (6.300 METROS)
A la mañana siguiente hacía un día precioso, casi sin viento. Sabíamos que la cima estaba a tiro de piedra, así que nos dirigimos directos a por la cima dejando las mochilas allí. Escalamos en ensamble siguiendo aquella cresta afilada que cae desde ambos lados a una profundidad de más de dos kilómetros hacia el valle. De repente, tras seis días de escalada y penurias, por fin habíamos llegado a la cima. Me costó contener las lágrimas. Quizá me estoy volviendo más sentimental con la edad. Nos abrazamos con fuerza y nos soltamos el uno al otro varios murmullos ininteligibles de alegría. Estábamos muy emocionados y, por un momento, también felices y sin ninguna preocupación. Pero, como es lógico, y aunque habíamos luchado mucho para llegar a la cima, la alegría se redujo a tan sólo diez minutos. Había que volver a la realidad y activar todos los sensores de precaución para un último esfuerzo: el descenso. Empezamos a descender lentamente por la cresta noreste, y terminamos el día en algún punto a unos seis mil metros de altura, justo en el borde superior de una caldera rocosa, bajo la cual fluye un glaciar salvaje hasta el pie de la montaña.
SÉPTIMO DÍA (31 DE OCTUBRE). VIVAC (6.300 METROS) – VIVAC (5.500 METROS)
Estábamos agotados. El esfuerzo nos estaba pasando factura. Todo parecía ir a cámara lenta: cocinar, vestirnos... Pese a todo, nos pusimos nuevamente en marcha. Caminaba por un sendero nevado que atravesaba la empinada ladera entre dos grandes seracs. Y, de repente, se oyó un terrible crujido que casi hace que se me parase el corazón. Pero, ¿qué podía hacer ? Con el siguiente paso podría activar cientos de toneladas de nieve que nos arrastrarían ladera abajo. Me entraron ganas de pedir ayuda, pero no había nadie que nos pudiese ayudar. Intenté reconducir mis pasos, muy lentamente, dejando atrás las huellas en la profunda nieve. Llamé a Ondra, que estaba a unos sesenta metros detrás de mí, para que tuviese cuidado. “¡Tensa la cuerda entre nosotros!”, le grité. Probablemente no habría servido de mucho, pero al menos funcionó a modo de placebo y nos ayudó a quitarnos algo la rigidez y seguir avanzando con cuidado. Cuando llegué al borde de un serac y miré haciaabajo, me quedé helado. El miedo recorrió mi cuerpo. Sentí cómo gotas frías de sudor recorrían mi espalda. Teníamos un problema. Para salir de allí aún tendríamos que hacer cuatro rápeles para llegar a un punto, una meseta más bien, en la cual podríamos asegurar que habíamos dejado atrás los mayores riesgos. No había otra salida... “¡Ondra, yo monto los seguros y en cuanto estén, nos enganchamos los dos y al mismo tiempo tú bajas por el par de cuerdas de setenta metros de largo y yo paso la cuerda por el seguro actual y la tiro hacia abajo para preparar inmediatamente el siguiente rápel. Una vez que tengamos el nudo central, cada uno se colgará de un extremo diferente de la cuerda y bajará... Y así hasta que salgamos de ella”. Tuvimos que dar prioridad a la velocidad sobre la seguridad para poder salir de allí lo antes posible y evitar estar expuestos demasiado tiempo a que algo nos cayese desde arriba y acabase con la aventura. “Por cierto, cuando bajes, no sueltes la cuerda bajo ningún concepto, ni tan siquiera si algo te golpea o nos iremos los dos al infierno”. Y, como no, un montón de rocas y pedazos grandes hielo volaron sobre nuestras cabezas. Algunos le golpearon a Ondra directamente en el casco, agujereándolo, literalmente. Ondra se mordió el labio, pero aguantó. El resultado fue tan solo algunas gotas de sangre... Nada grave teniendo en cuento lo que podría haber ocurrido. Después de treinta largos minutos de tensión alcanzamos la meseta. Nos reímos y nos abrazamos. Así que, al final nos habíamos salido con la nuestra.
LA CAÍDA
El día se acercaba lentamente a su fin. Apenas quedaban unas horas de luz. Por delante, varias travesías y enormes grietas que sortear. Los puentes de hielo entre las grandes grietas no parecían muy seguros. Daban la impresión de poder derrumbarse bajo nuestro peso en cualquier momento. En varias ocasión tuvimos que rapelar al interior de la propia grieta para poder superarla. Y otra grieta más... Monte un abalakov para rapelar. Tuve que meter el último tornillo de diez centímetros de largo que nos quedaba. Me descolgué con cuidado para comprobar si soportaba mi peso. Aguantó bien. En un momento estaba abajo. Luego seguí caminando por una estrecha grieta, tirando de las cuerdas detrás de mí y aflojándolas a la inversa. Poco después llegué al borde de otro puente de nieve y vi que había otro tramo de aproximadamente 20 metros que había que rapelar. Maldita sea, me dije. Regrese a la grieta anterior, tire del extremo de las cuerda y le dije a Ondra que podía empezar a rapelar. No me fije qué estaba haciendo Ondra en esos momentos. En principio, no había motivo para ello ya que cada uno tenía que hacer sus tareas rutinarias. Sin embargo, de repente, se oyó un chirrido, un golpe sordo, crujidos extraños, luego otro golpe y silencio. En esos momentos, la mente lo sabe, pero no quiere aceptar la realidad. Salté por encima de la grieta y me acerqué al lugar donde los otros extremos de las cuerdas desaparecían en una estrecha grieta. Mi llamada quedó sin respuesta durante un rato. Entonces el miedo me embargó. Sentí que se me ponía la carne de gallina.
RÁPEL DIRECTO AL INFIERNO
“¡Socorro!” La voz apagada provenía de la profunda y gélida oscuridad. Sin perder un segundo, metí el último tornillo en el hielo y rapelé siguiendo la débil voz. “Aguanta Ondra. Voy hacia ti”. Llegué al que creía el fondo de la grieta pero, no era ni mucho menos el final. Las cuerdas se adentraban más adentro, en la oscuridad. Me tumbé y me arrastré en diagonal por un estrecho tubo de hielo. Entonces, la luz empezó a desvanecerse y, de repente, todo quedó a oscuras. En ese momento sentí la mano de Ondra. No tenía ni idea de que estaba atrapado boca abajo. No podía ver nada... Tanteé en la oscuridad pero no podía sacarle, así que decidí quitarle la mochila de la espalda. Saqué la navaja y empecé a cortar sin ver nada. Mientras tanto, Ondra me rogaba que lo sacara. Para calmarle intenté distraerle con preguntas: “¿Cómo te encuentras? ¿Te duele algo? ¿Puedes ayudarme a sacarte? ¿Te puedes mover?” Entonces algo se soltó de la mochila. Lo palpe y vi que era un frontal. Lo encendí y, solo entonces, vi la magnitud de la catástrofe que la oscuridad me ocultaba. Estaba encajonado cabeza a bajo en una grieta. Tiré de sus piernas hacia mí para liberar su pelvis del encajonamiento. Con gran esfuerzo conseguí liberarle del mortal agarre de la grieta. El siguiente paso fue girar a Ondra para que pudiera tumbarse de cara a mí. Hasta ese punto, toda la operación me había llevado alrededor de dos horas. Ambos jadeábamos de agotamiento. El sol ya se había ocultado y ahora la oscuridad era total tanto dentro como fuera de la grieta. Lo siguiente era mover a Ondra hacia arriba, hacia la parte más ancha de la grieta. Al principio, pensé que solo estaba en shock. No tenía heridas visibles en el cuerpo, ni sangraba, salvo por algunos arañazos en la cara. No protestó cuando le revisé los brazos y las piernas. “Ondra, ¿te duele algo?”. En lugar de responder a mi pregunta solo repetía: “Sácame de este agujero”. Por un momento pensé que habíamos tenido suerte y que todo saldría bien. “Bueno, Ondra, vamos a subir. Aquí tienes los piolets”. Pero sus manos parecían paralizadas. Pensé que solo estaban congeladas ya que llevaba mucho tiempo sin guantes. No sé cómo logró agarrar los piolets.
NO PUEDE SER VERDAD
“Yo te ayudaré...¡Vamos, por favor!”. Tras un rato tirando de la espalda de Ondra, sentí que me faltaba el aliento y mis crampones eran incapaces de agarrarse al hielo. A pesar de todo, conseguí mover a Ondra un metro más hacia arriba. Pero notaba como me flaqueaban lo brazos... Volví a gritar para animarnos a los dos: “¡Vamos!”. Esta vez no nos movimos ni un centímetro. Al borde de la desesperación, grité: “Vamos, maldita sea, no puedo sacarte de aquí si no me ayudas”. Pero Ondra no podía cooperar. Supuse que estaba congelado por las dos horas que llevaba en aquel gélido encierro. Pero, en ese momento caí en la cuenta... Me invadió una oleada de terror. “Ondra, ¿puedes sentir las piernas?”. No hubo respuesta, pero seguía suplicándome que le sacara de allí. Fue entonces cuando reparé en sus párpados superiores completamente hinchados. De repente tuve la certeza de que debía de haber sufrido heridas internas en la cabeza y que le pasaba algo en la columna vertebral. En el fragor de la pelea, con toda la adrenalina recorriendo mi cuerpo, no lo había visto, pero de repente las piezas del rompecabezas encajaron. Los movimientos sin sentido y erráticos, sus respuestas incoherentes... ¡Estamos jodidos! Lo primero era asegurar de algún modo a Ondra para que pudiera pasar la noche. Pero yo estaba agotado, y no dejaba de temblar de frío. Cuando rapelé todavía hacía sol y dejé todo en mi mochila pensando que no lo necesitaría...Opté por cubrir le cubrir a Ondra con el saco todo lo posible, aunque no pude envolverlo completamente dada la situación y el poco espacio, y le eché la chaqueta de plumas por encima para cubrirle la parte superior del cuerpo. Entonces vi como Ondra empezaba a desmayarse. Le hablé y le sacudí para espabilarlo, pero sólo hubo silencio... Se fue sin decir una palabra. En mis brazos. Mientras yo lo sostenía con todas mis fuerzas. No sé el tiempo que pasé allí perdido en mis pensamientos... Quizá fueron sólo unos segundos, o minutos, o más tiempo... Pero por suerte, mi mente se recompuso y comenzó a funcionar de nuevo. No podía seguir lamentándome y ahogarme en la autocompasión. “Lucha y empieza a hacer algo”, me dije. El instinto de conservación tomó las riendas. “Concéntrate”. Tenía que salir de aquel agujero infernal. Las cuerdas que colgaban por encima de mi cabeza se habían convertido en cables helados. No podía usarlas. “¿Qué voy a hacer? ¿Me voy a quedar aquí también? El frontal de Ondra parpadeó tres veces y se apagó. Volví a encenderla, pero sabía que estaba apunto de apagarse definitivamente. Comencé a subir lentamente utilizando técnicas de chimenea. Según me acercaba a la boca de la grieta, más ancha que el resto, empecé a rezar. Los piolets apenas se clavaban en el duro hielo. Y los crampones resbalaban constantemente. Lo curioso fue que en esos momentos no tenía miedo, mi mente no dejaba de buscar formas de salir de allí pese al cansancio y las adversidades. Llegué completamente congelado hasta el lugar donde había dejado mi mochila. Empecé a sacar todo en busca del saco. Me quité los crampones y temblando de frío me metí dentro del saco. Me cubrí con la tienda, que estaba sin montar ya que los postes estaban en el fondo de la grieta. Por suerte, cuando repartimos el peso de las mochilas el gas, el cazo y el Jetboil se quedaron en mi mochila. Derretí algo de nieve y le di unos sorbos para entrar en calor. Inmediatamente después escribí dos mensajes, uno a Klára, que estaba en casa, y otro a Pavel Hodek, en el campo base. “Hemos tenido un accidente, Ondra ha caído en una grieta durante el descenso. Ha muerto. No pude ayudarle. Lo siento mucho. Intentaré bajar mañana. La batería se está agotando, así que no te alarmes si no sabes nada nuevo de mí mañana”.
OCTAVO DÍA (1 DE NOVIEMBRE). REGRESO A KYANJIN GOMPA, 4.000 METROS
Poco a poco iba regando mis entrañas con liquido caliente, humedeciéndome los labios, al tiempo que escribía un mensaje a la novia de Ondra para que recibiese la información directamente de mí. En cuanto pulsé el botón de “enviar”, la desesperación se apoderó de mí. Lloré y, de repente, un grito desesperado escapo de mi garganta. Maldije con rabia. Sentía que la tensión se apoderaba de mi. Cerré los puños, listo para luchar. Pero no había nadie con quien luchar. Estaba solo en el lugar más solitario del mundo. Tras una pausa para recomponerme, sabía que debía iniciar la marcha y descender lo más rápido posible antes de que el glaciar volviera a la vida. La carrera final hasta el pie de la montaña fue otra aventura por un glaciar más salvaje y largo que el que desciende del Mont Blanc hasta Chamonix. Dejé el saco naranja en la grieta para marcar lugar y me puse en marcha. No sabía bien como salir de aquel laberinto de grietas. Ningún alma humana había estado antes en ese lugar y mis ojos sólo podían ver la maraña de grietas que parecían profundas arrugas en la frente de un anciano. Me invadió el miedo... Anduve recorriendo el laberinto de seracs durante horas, forzado a rapelar en varias ocasiones en circunstancias más que dudosas. Escuche, a lo lejos, el sonido de las hélices de un helicóptero, así que tenía claro que habían organizado un rescate, pero el tiempo no era favorable, no podía ver nada y sabía que ellos estaban en la misma situación. Seguí adelante con la esperanza de poder salir lo antes posible y no verme forzado a vivaquear sin nada de material. Sobre las cuatro de la tarde, el terreno cambió drásticamente. La morrena de piedra gris dio paso a laderas cubiertas de hierba. Sentí un gran alivio. Había salido y estaba vivo. Llegué a las tiendas del campamento base. No había nadie. Bebí algo y comí carne seca. Entonces tuve la angustia y la necesidad de hablar con alguien para compartir los horrores y el dolor que sentía No sé por qué, pero sin pensar saqué la cámara y le dí a grabar... No podía hablar mucho, mi garganta había estado expuesta al frío durante varios días y lo estaba pagando. Deseaba desesperadamente hablar con alguien. Así que empecé a hablar a la cámara. Sin embargo, la desesperación se apoderó de mí. Me deje caer al suelo, apoyado sobre la espalda.... Ya estaba anocheciendo, así que cerré la tienda, me puse las zapatillas y bajé al encuentro de gente. Al cabo de otra media hora vislumbre la silueta de Pavel Hodek. Nos abrazamos en silencio. Aunque la gente dice que los hombres pueden contener las lágrimas, en ese momento permití que mis ojos soltasen un mar de lágrimas.
EL ESPECTÁCULO COMIENZA
Todo lo que sucedió después, simplemente, me superó... Antes de poder decir nada a mi familia y amigos, los acontecimientos se aceleraron. A la mañana siguiente volé en helicóptero para indicar el lugar del accidente y, posteriormente, junto a Pavel y Ondra hasta Katmandú, donde debíamos pasar por todas los desagradables, pero necesarios, trámites oficiales. Estaba agotado después de todo lo acontecido, pero atendí el teléfono y las llamadas de los amigos más cercanos. Intenté frenar el torrente de informaciones¨erróneas que ya corrían por Internet, asíque decidí publicar un mensaje en mi Facebook para que quedara clara la fuente y el autor, y evitar informaciones falsas. Terminé de escribir la última línea hacia las ocho de la noche con la esperanza de que la situación se calmara. Lo que ocurrió después... No quiero malgastar más tiempo. Lo único que realmente me entristeció fue la hostilidad de algunas personas de las que habríaesperado más comprensión y apoyo. Personas con las que esperaba compartir el dolor por la pérdida. Sólo quiero apuntar que “yo” fui el único testigo de lo ocurrido, por lo que se deberían dejar de lado el resto de especulaciones y maquinaciones. Por otro lado, decir que desde un primer momento desaconsejé el levantamiento del cadáver de Ondra por la amenaza que suponía para otras vidas. El accidente tuvo lugar en un lugar extremadamente peligroso e inestable. Pese a ello colaboré con las autoridades en todo lo que pude como me solicitaron: dejé el saco en el lugar de accidente, sobrevolé el lugar con ellos, les facilite coordenadas GPS e incluso esbocé un plano del lugar para ayudar al equipo de rescate en el rápel El primer día que el equipo de rescate descendió por la grieta no pudo dar con Ondra, aunque estaban a escasos dos metros de él. No fue hasta el día siguiente, y gracias a las imágenes de vídeo que recibí, cuando pude guiarles hasta la oscura grieta. Me alegro que tomaran todas las precauciones posibles y que no hubiese más heridos. Finalmente quiero dar las gracias a todos mis amigos quienes, tras enviar el primer mensaje, organizaron todo para sacarme de aquel laberinto glaciar. Gracias Pavel Hodek, Ondra Mrklovský, Nicolas Hojac, Francesco Zazzanelli, Honza Trávníček, Subin Thakuri...
POR ONDRA HÚSERKA
Ondra y yo, tras cinco duros vivacs y seis días de ascensión, logramos ascender más de dos kilómetros de una montaña tan exigente como es el Langtang Lirung (7.227 metros). Escalamos y atravesamos zonas nunca antes pisadas por el ser humano. Nos enfrentamos a avalanchas, desprendimientos de rocas y hielo y otros riesgos que nos obligaron a estar siempre alerta. Pese a todo, logramos el objetivo de hollar la cima juntos. Hicimos realidad un sueño. Fortalecimos una amistad unida por la cuerda y siempre guardaré esa sensación de que luchamos juntos y siempre nos apoyamos hasta el final. Ondra era alguien “perfecto”. Optimista, inteligente, valiente, un escalador experto con mucha fuerza y energía que tenía el potencial para ser el líder de toda una generación de escaladores. Ahora no tiene sentido preguntarse por qué, ya que no hay respuesta para esa pregunta. Lo siento en el alma y me solidarizo con todos aquellos a los que la muerte de Ondra causó dolor. Al final se fue mientras hacíamos libremente lo que nos llena de alegría. Somos conscientes de los riesgos potenciales, pero también sabemos que vivir es un riesgo en si mismo. Desde el principio al final. No tiene sentido quedarse escondido en un rincón, abrumados por las preocupaciones, sin vivir. La vida hay que vivirla hasta el último aliento... Ondra y yo no tuvimos tiempo de pensar un nombre para la nueva ruta. Por desgracia, tengo que hacerlo yo solo. Una nueva línea que recorre la cara occidental del Langtang Lirung y que siempre será un recuerdo eterno de mi gran amigo Ondra... Va por ti “ONDROVA HVĚZDA” (La estrella de Ondra”).

DALŠÍ FOTOGRAFIE