Campobase, UFO line ovnis y alienígenas en el Chamlang

17/09/2019 14:57

UFO line ovnis y alienígenas en el Chamlang
El 23 de mayo completamos la primera ascensión por la cara noroeste del Chamlang (7.321
metros), una vertiente que ya había sido probada en numerosas ocasiones en el pasado,
pero siempre sin éxito. Su cima domina el valle de Hongu desde una altura de más de 2.000
metros. Se eleva desde la morrena y un lago, y da la impresión de ser más bien un pico
solitario que parte integral de la cordillera Central del Himalaya compuesta por numerosas
cimas. El Chamlang había sido un objetivo que llevaba en mente desde hace casi veinte
años, sin embargo, no ha sido hasta este año que he podido hacer realidad este gran sueño
TEXTO Mára Holeček FOTOS Zdeněk Hák y Mára Holeček

Todo comenzó hace casi 20 años como ya he dicho, en 2001 para ser exactos, cuando tuve la suerte de encontrarme por primera vez con la llamativa figura del Chamlang. Una maravillosa estructura creada, sin duda, por el el más aventajado arquitecto de todos los tiempos...
Entonces observé aquella vertiente, aquella vertical pared, con una mezcla de humildad y dudas... El año pasado volví a mirar hacia aquella pared para, entonces, darme cuenta que el mensaje esta vez era muy claro: ¡no hay razón para seguir esperando! Aunque debo admitir que las dudas y el respeto no eran sentimientos que hubiesen desaparecido. Dos semanas antes de nuestra llegada al campamento base estuvimos corriendo intensamente por los valles y colinas cercanos. Los eritrocitos activados se desarrollaban continuamente para
mejorar nuestro flujo sanguíneo dado la poca concentración de oxígeno. Así, poco a poco, fuimos aclimatando sin demasiado sufrimiento. Además, a menudo mejorábamos la aclimatación con una buena San Miguel Pilsener. Hasta el momento en que montamos
sobre una pradera verde dos tiendas de vivac en las que vivirían dos cocineros, dos porteadores y mi compañero “Hook” y yo, todo fue como la seda. Fue entonces cuando nuestro porteador Antenzing Sherpa llegó con aproximadamente viente kilos de material de
escalada. Nada más descargarlo todo, se giró y desapareció de nuevo sin mediar palabra. Entonces comprendimos que ya estábamos solos en medio de aquellas majestuosas
montañas. Era un lugar precioso y tranquilo, sin nadie cerca, y rodeados de fantásticas montañas blancas y sus elegantes aristas. Los siguientes días fueron de espera,hasta que nos llegó el pronóstico del tiempo de la meteoróloga de la televisión checa Alča Zárybnická
vía teléfono satélite. Nos lo enviaba todos los días, y debo decir que no se equivocó ni uno solo. Sabíamos que para tener éxito necesitábamos al menos tres días seguidos con un tiempo excelente. Es decir, nada de precipitaciones y, si acaso, solo algo de viento, pero razonable, nada exagerado. En esta etapa de ansiedad, espera y grandes expectativas, nos
acercamos repetidamente hasta la base de la pared para estudiar de forma individual y en detalle las distintas secciones de aquella masiva pared de apariencia inmóvil. Sabíamos que nuestras vidas estarían en riesgo cuando empezásemosa jugar este delicado juego. Punto de no retorno Finalmente, el 16 de mayo nos movimos hasta el glaciar. Llevamos una tienda, una cuerda de 80 metros de 7mm, seis tornillos de hielo, cinco pitones, cinco friends, comida para otros tantos días y tres botellas de combustible. La siguiente mañana, gélida por cierto, sería un estresante anticipo de los días que estaban por llegar. Los metros iniciales eran sobre terreno mixto de mala calidad, a los que seguía una rampa. La roca era de muy mala calidad combinada con nieve suelta granulada. Cada metro suponía una auténtica batalla
campal. Si continuábamos a ese ritmo llegaríamos a la cima en...¡aproximadamente un mes!
Por suerte, nuestra progresión mejoró poco después, aunque los crampones no dejaban de rechinar y los piolets de rebotar contra la superficie en vez de clavarse en el hielo y la nieve. Tras varias horas de intensa lucha alcanzamos un buen lugar para vivaquear,justo debajo de un desplome rocoso que nos protegería de la posible caída de rocas o nieve. Durante todo el día, la pared nos dejó claro que era capaz de producir importantes avalanchas, algunas de las cuales descendían a toda velocidad muy cerca de la línea que debíamos seguir Intentamos borrar de nuestra mente todo posible encuentro con una... El segundo día arrancaba con un diedro rocoso que daba paso a una sección de hielo coronada por un monstruoso serac que colgaba como un hacha que estuviese cortando constantemente grandes fragmentos de hielo. Fue un tramo que tuvimos que escalar sin perdida tiempo para reducir el riesgo de
ser golpeados por algunos de los trozos de hielo que se desprendían. Después de este tramo vertical de hielo seguimos por otra sección muy vertical, de unos ochenta metros, de hielo adherido a la roca, que nos permitió superar la barrera de seracs. Ahí estableceríamos el segundo vivac. Por suerte, en el extremo superior de la banda de seracs encontramos una plataforma de hielo relativamente lisa, y parcialmente protegida en uno de sus lados. Por otro lado, y a nuestro pesar, comprobamos que era una rincón extremadamente frío en el que pasar la noche. Estaba claro que semejante masa de hielo no nos ofrecería nada de calor. De todas formas, nos quedamos con los últimos metros escalados hasta la plataforma,
duros y expuestos, con un impresionante vacío a nuestrospies. Por suerte, nuestros  pulmones aun respiraban bien, lo que nos permitió relajarnos un poco y disfrutar de la belleza de las vistas. El tercer día fue crucial. Tuvimos que superar la sección más larga,
de 700 metros, y con la obligación de alcanzar la banda rocosa superior. Era nuestra única opción si queríamos seguir ascendiendo. El riesgo era que cruzábamos el punto de no retorno una vez nos adentrábamos en esta zona. Desde aquí ya solo podíamos subir, no había ninguna posible salida razonable. Para complicar todo incluso más, sabíamos que el buen
tiempo sería un gran enemigo durante el ascenso por aquel inmenso campo de hielo. La nieve fresca, e incluso el viento suave, podrían causar auténticos ríos de nieve... Además, las altas temperaturas provocarían el desprendimiento de rocas, y éstas se llevarían con ellas
todo lo que encontrasen a su paso. Así que, con bastante temor, por la mañana decidimos seguir ascendiendo a través de grandes “tuberías” cargadas de nieve que, desde la distancia, me recordaban a las típicas faldas plisadas. A veces el terreno era propicio para escalar, pero otras veces nos topábamos con hielo duro como cemento. Era como en el mito de Sísifo, un continuo esfuerzo y sacrificio sin resultado alguno. Lo curioso es que el tramo de hielo no era especialmente técnico, pero si tenemos en cuenta los miles de movimientos que precisó para
ser superado, fue, sin duda, muy físico y agotador. En cuanto a los seguros, durante todos aquellos largos, o cuando escalamos en ensamble, fueron muy “justitos”, por decir algo. Fue un día interminable, durante el cual no encontrábamos un lugar mínimamente digno para montar el tercer vivac. Para aliviar ligeramente nuestra penosa situación, empezaría a nevar,
lo que aceleró nuestro avance. Después de darle muchas vueltas y estudiar la zona, tuvimos que vivaquear en una diminuta repisa de nieve en una esquina rocosa. “Hook” se puso inmediatamente a cocinar, como es habitual, y derritió algo de nieve que mezcló con bebida en polvo, que humedeció nuestras secas gargantas a la vez que removió nuestros intestinos... Un extraño brebaje con sabor a nieve y curiosos crujientes de hielo. Después, nos dispusimos a acostarnos... aunque fue una noche horrible. Fue imposible coger la posición. Inviable encontrar hueco para dos culos, donde estaba claro que solo entraba uno.
La única solución fue que me sentara sobre “Hook”. Una solución, a priori, nada halagüeña,
pero que resultó ser la única que funcionaba. De todas formas, ninguno pudo dormir mucho,
así que no diré que nos relajamos o recuperamos fuerzas porque eso no pasó, aunque por suerte tampoco quemamos energía. La interminable serpiente blanca En la mañana de la cuarta jornada nos costó muchísimo entrar en calor. Los primeros metros que nos encontramos atravesaban una zona de escalones rocosos recubiertos de hielo muy duro.
Tan duro que era todo un suplicio poder doblegarlo, incluso para las puntas de los crampones y piolets. Después de ascender unos cien metros nos encontramos en una situación idéntica a la del día anterior. Pendiente a 70º, a veces incluso más, de hielo a partir de nieve granulosa. Nos daba la impresión de que la montaña crecía en vez de hacerse cada vez más
pequeña. Debía haber un final en alguna parte... Y, ¡al final lo vimos! Después del mediodía ascendíamos el último escalón hasta una arista muy afilada que nos descubría un impresionante escenario al otro lado. Hacía viento y mucho, mucho frío. El GPS nos indicaba
que la cima principal estaba aun a unos 100 metros sobre nosotros y a unos 200 metros de distancia desde nuestra posición en al arista. Poco a poco vimos como el viento era más fuerte y traía consigo nubes que se enredaban en la cresta. Y, de repente, las nubes lo cubrían todo. Nos habían arrebatado repentinamente el mundo a nuestro alrededor. Por suerte, este inhóspito lugar ofrecía un rincón decente para plantar la tienda. Nos miramos
brevemente, y ambos supimos que debíamos hacer sin mediar palabra. Montaríamos inmediatamente el cuarto vivac. La cima debería esperar hasta el día siguiente. La siguiente mañana empezaría directamente con la travesía por la estrecha arista hacía la cima, aunque
ésta iba poco a poco dejándose caer hacia el hombro sur de la montaña. El frío era insoportable, y se te metía hasta los huesos, a lo que había que sumar el fuerte viento con el que nos recibió el amanecer. Eso sí, las vistas a ambos lados de la arista eran simplemente
espectaculares, con el Kanchenjunga saludándonos desde el este, y la pirámide del Makalu
al norte. Al oeste, a la barrera del Lhotse le seguía la cima del Nuptse y el techo del Everest. Más lejos llegábamos a apreciar el Cho Oyu, con el Gyachug Kang y el Lantang. Y, los que desde nuestra posición ya parecían casi “enanos” como el Pumori, el orgulloso macizo helado
conocido como Ama Dablam, el Kantenga, el vertical Kyashar y solo Dios sabe cuantas otras
espectaculares moles rocosas... Sobre las diez en punto pasamos sobre la cima principal, donde nos detuvimos solo unos minutos para grabar con la cámara. Apenas una cuantas sonrisas heladas de rigor, y algunas palabras de felicitación engullidas por el fuerte viento que se las tragaba como si de un enorme agujero negro se tratase. Recuerdo que no sentía
las manos mientras sujetaba la cámara, y “Hook” tampoco parecía querer permanecer mucho
allí arriba con semejante frío. Gloria y miseria del alpinismo, o éxito sin ovación. La verdadera alegría llega después del descenso, aunque a veces es un camino que nunca se completa...aunque no seamos aguafiestas y adelantemos malos finales. Comenzamos el descenso intentando mantener un buen ritmo, pese a que notábamos que cada
vez el avance era más lento. El motivo no era la altitud, sino la dificultad. La arista, afilada como una cuchilla, partía en dos la montaña. Era el típico terreno de descenso, pero la vertiente norte, la más vertical, estaba compuesta de un hielo que se desgranaba
como barro seco, mientras que la parte este estaba sometida al constante azote del viento que espolvoreaba el hielo dando la sensación de espuma en suspensión. A esto había que sumarle algunos tramos de roca muy verticales que requerían de rápeles. La arista se asemejaba a una enorme serpiente blanca serpenteando. Mil metros interminables de arista sin posibilidad de asegurarse. Con el paso del tiempo se levantó niebla espesa desde el fondo del valle, y claro, con apenas visibilidad, tomé el camino equivocado y nos perdimos. Siempre pensé que era imposible perderse sobre un terreno así, pero si, es posible. Por fortuna, no nos desviamos demasiado... Comprendimos que cuando lo único que ves a tu alrededor es
blanco no se puede hacer otra cosa más que esperar. Especialmente cuando sabes del vacío que se encuentra justo bajo tus pies, y que si cometes el más mínimo error, te espera la muerte mil metros más abajo. Y, así llegaba el quinto e inesperado vivac. Además situado
a mucha altura. a mucha más de la que hubiésemos deseado. Había notado que “Hook” había
cambiado. Sí, su barba era tan blanca que parecía Papá Noel. El viento que llegaba desde el valle nos había traído niebla, pero también mucha humedad y una ligera nevada. El lugar para pasar la noche fue una diminuta repisa nuevamente, pero protegida por una especia
de saliente. A toda prisa montamos el vivac y abrimos nuestro particular “Hotel Savoy”. Ya nos habíamos quedado sin comida, apenas teníamos dos barritas de chocolate. Ese sería el exiguo menú para dos hombres hambrientos. Además estábamos ya agotados físicamente, algo que se veía en cada movimiento. Y psicológicamente, rozábamos el límite... Después de otra gran noche “apasionada”, intentando dormir sin apenas espacio, continuaría el viaje a través de un salvaje glaciar. Estuvimos descendiendo durante horas, hasta que al final
hallamos una salida a aquel laberinto. Entonces nos encontramos con una zona dominada
por cascadas de hielo y enormes grietas por donde solo se podía descender rapelando con equipo de hielo. Seguíamos avanzando sin detenernos hasta que, una vez más, la niebla nos detuvo en seco. Pese a que luchábamos por cada metro con los frontales encendidos, el sexto vivac fue algo inevitable. Toda lucha frente a aquella inmensa barrera blanca fue en vano, solo podíamos aceptar nuestro destino. Vivaqueamos justo debajo de la gran pared del glaciar. Teníamos la sensación de estar durmiendo dentro de las fauces de un gigantesco tiburón, sin saber cuando las cerraría. Fue una noche horrible de delirios y tiritera. No teníamos combustible y no eramos capaces de entrar en calor... Por suerte, la mañana siguiente sería el día de la liberación. Unos cuantos rápeles más y un par de horas descendiendo por la morrena y... ¡lo habíamos logrado! Finalmente caminábamos sobre verdes pastos... Después de 160 horas interminables habíamos escapados de las afiladas y largas garras de aquella despiadada montaña. El sol nos acariciaba la cara. Habíamos
dejado atrás el intenso frío. Nos quitamos la ropa y nos tumbamos en calzoncillos sobre
la agradable y aromática hierba. De cualquier forma, tenemos que felicitar al equipo que ascendió, 60 años atrás, por primera vez por la arista sur. No sé si se encontraron más nieve o no, o si ascendieron en estilo alpino o no, pero sin duda eran un equipo fortísimo. Nosotros estamos muy contentos por lo logrado, y por estar vivos después de esta ascensión en estilo alpino de 2.000 metros por la vertiente noroeste del gran Chamlang... “Morwand” (Pared asesina). La ascensión es ABO, es decir, nuestra escalada conjunta más dura hasta la fecha, y creemos que una de las más importantes de este primavera. El nombre de la nueva ruta
es en honor a la ascensión de Reinhold Messner y Doug Scott, quienes afirmaron ver un Ovni durante su aventura en el Chamlang Bueno, yo conté con mi alienígena particular todo el rato, “Hook”, mi buen amigo Zdeněk Hák. “Hook” es alguien a quien quiero agradecer todo el tiempo que pasamos juntos, sin roces ni discusiones, algo tan habitual cuando te sometes a situaciones extremas junto a otra persona. También a Govinda y su agencia GreenHorizon.com, que desde hace muchos años se ha convertido en mi pilar principal y gran apoyo en la gran Jungla Asiática... ¡Gracias!

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