Desnivel No.397, Ufo line

15/08/2019 17:02

UFOline
Encuentros en la tercera fase
El pasado mes de mayo, Marek Holeček y Zdeněk Hák Hook lograron la primera a la cara noroeste del Chamlang, una vertiente que se había resistido hasta ese momento
al ataque de otras muchas expediciones. Necesitaron tres días para escalar en el más puro estilo alpino los dos mil metros de la «Pared asesina», y otros cuatro para regresar a la seguridad del campo base. A la ruta la bautizaron UFO en recuerdo del “envuentro” con un OVNI que tuvieron en 1981 Reinhold Messner, Doug Scott, Pasang y Ang Dorje Sherpa durante la escalada de la cara norte del Chamlang. No había lienígenas en la cumbre cuando llegaron
Maara y Hook; sólo un fuerte y gélido viento que helaba hasta la felicidad de haber cumplido un sueño laragamente acariciado. // Por Marek Holeček Maara 
DOMINANDO sobre el valle de Hongu, la cima del Chamlang presenta un abrupto desnivel de
dos mil metros. Se eleva desde la morrena y el lago y da la impresión de ser más bien una mole solitaria que parte del conjunto de cumbres que componen la cordillera central del Himalaya. Después de casi veinte años con este proyecto en mente, por fin en 2019 he
podido hacerlo realidad. Todo empezó en 2001, concretamente, cuando tuve la suerte de poder admirar la elegante silueta del Chamlang; parecía haber sido diseñada por el arquitecto más habilidoso de todos los tiempos. Mientras la observaba, brotaba en mí una mezcla de humildad y de desconfianza al considerar la posibilidad de escalar su impresionante pared vertical. Al volver a contemplarla el año pasado me di cuenta de que el mensaje era claro: no había ninguna razón para seguir esperando. Debo admitir, no obstante, que seguía con los mismos temores y dudas... Dos semanas antes de llegar al campamento base nos dedicamos a recorrer los valles, las colinas y las laderas de los alrededores. Se trataba de generar más y más glóbulos rojos para adaptar nuestro flujo
sanguíneo a la escasez de oxígeno. Nos fuimos aclimatando sin mayor problema; y, de hecho, para acelerar el proceso nos ayudamos de alguna que otra cerveza San Miguel. Con las dos tiendas ya montadas en la verde pradera solo poblada por quienes éramos a la vez cocineros, porteadores y miembros de la expedición («Hook» y yo), todo parecía ir según lo previsto. Para gran alivio de nuestra espalda, al poco llegó también Antenzing sherpa cargando con veinte kilos de material de escalada. En cuanto descargó su mochila, Antenzing partió de nuevo sin mediar palabra. Después de eso, nos quedamos a solas entre aquellas cumbres. Era un lugar precioso, tranquilo, sin gente, rodeado de blancas y abruptas crestas.
 Aguardamos allí varios días siguiendo diariamente por teléfono satélite el pronóstico, siempre optimista, de Alča Zárybnická, meteoróloga de la televisión checa. Disfrutábamos de una racha de tiempo más o menos buena, pero para poder alcanzar la cima era necesario que la predicción confirmase, al menos, tres jornadas seguidas con unas condiciones excelentes. Es decir, nada de lluvia y poco viento los primeros días. Durante esta fase de espera impaciente, nos acercamos repetidas veces a la pared de aquel coloso aparentemente inmóvil con la intención de observar y estudiar en detalle algunas de sus secciones. Al fin y al cabo, era
nuestra vida lo que estaba en juego. El 16 de mayo llegamos por fin al glaciar. Llevábamos una tienda vivac; una cuerda de ochenta metros y 7 mm, seis tornillos de hielo, cinco clavos y friends,comida para cinco días y tres cartuchos de gas. La gélida mañana siguiente la pasamos nerviosos pensando en lo que nos esperaba. Los primeros largos comenzaron con
una incómoda escalada mixta seguida de una placa muy inclinada. La calidad de la roca no era buena y había nieve polvo. Cada metro que avanzábamos suponía una batalla agotadora. Llegué a pensar que si la situación continuaba así tardaríamos un mes en alcanzar la cima. Al final, a pesar de que los crampones crujían y los piolets rebotaban en la superficie, nuestra progresión fue mejorando. Tras varias horas de lucha, conseguimos alcanzar un lugar para
vivaquear bajo un saliente de roca al abrigo de la caída de piedras y nieve. De día la pared
revelaba riesgo de importantes avalanchas y en ocasiones se desencadenaba algún pequeño alud cerca de nuestra línea de ascensión, pero los dos procurábamos a toda costa no pensar en el peligro. El segundo día comenzó con un diedro en roca que acabó convirtiéndose en
un campo de hielo; de su parte superior colgaba un serac con forma de hacha que desprendía constantemente grandes bloques de hielo. Si queríamos evitar que nos cayesen encima, no podíamos demorarnos demasiado en esta zona. Después de esta pendiente helada continuamos subiendo por otra sección bastante vertical de unos ochenta metros de largo. Esta vez el hielo estaba tan pegado a la roca que nos permitió superar la barrera
de seracs. Seguimos por este complicado terreno de escalada mixta hasta el lugar en
el que preparamos nuestro segundo vivac, justo encima de la peligrosa zona que acabábamos de atravesar. Afortunadamente, en la parte superior de la barrera de seracs
encontramos una plataforma de hielo relativamente plana y parcialmente protegida.
Un lugar muy frío, sin embargo, para pasar la noche; era evidente que una masa de hielo de tales dimensiones no nos iba a proporcionar nada de calor. En cualquier caso, los últimos metros antes de llegar a la plataforma fueron mágicos. Resultó ser una escalada difícil, expuesta, con un patio imponente debajo; pero gracias a que nuestros pulmones aún eran capaces de respirar con normalidad, pudimos disfrutarla al máximo.
El tercer día iba a ser crucial, constituía la etapa más larga, 700 metros en total, y exigía
alcanzar la siguiente línea de roca. Era la única alternativa posible si queríamos continuar hacia la cima. El riesgo extra que entrañaba esta sección era que entrábamos en el denominado «punto de no retorno»; desde allí lo sensato sería solamente seguir subiendo, la vuelta atrás no tendría ningún sentido. El tiempo no iba a ser de ayuda durante la ascensión por la placa de hielo. La nieve fresca y un viento suave provocarían «ríos de nieve» imposibles de soportar; y, por el contrario, una temperatura alta favorecería la caída de piedras que inevitablemente irían chocando con todo lo que se cruzase en su camino. Por la mañana decidimos proseguir la escalada por aquellas chimeneas nevadas que de lejos semejaban los pliegues de una falda. A veces encontrábamos una agradable nieve firn, pero otras veces el hielo estaba duro como el hormigón. Nuestro avance me recordaba al mito de
Sísifo, mucho esfuerzo para muy poca recompensa. Aunque la ascensión en hielo no suponía grandes dificultades técnicas, al obligarnos a hacer miles de movimientos resultaba físicamente agotadora. La seguridad era bastante «modesta» en estos largos o durante la escalada simultánea, por decirlo de forma diplomática. Además de estar siendo un día interminable, nos costaba encontrar un buen lugar para el tercer vivac. Lo único que compensaba nuestra triste situación era que los suaves copos de nieve que caían nos
incitaban a progresar con más rapidez.
Finalmente, no tuvimos más remedio que vivaquear en una diminuta repisa con nieve que había entre las rocas. Como de costumbre, Hook se puso a cocinar y derritió nieve para hacer agua, lo que resultó de gran alivio para nuestras bocas secas y para nuestros dolidos intestinos; el sabor a nieve con “copos” de granito crujientes no nos importaba en absoluto. Justo después empezaba el juego de lograr entrar en calor y dormir. Pasamos una noche
espantosa. En ese espacio solo cabía una persona, era imposible dar con una posición cómoda para los dos. Tuve que sentarme en el regazo de Hook, no quedaba otra. Parecíamos dos orugas; era una postura poco grata, pero funcionó, al fin y al cabo, los dos conseguimos dormir un poco y ahorrar algo de energía. Aunque no logramos relajarnos ni recuperar fuerzas, al menos no perdimos muchas más. Entrar en calor aquella cuarta mañana se nos hacía imposible; el hielo que nos encontramos en los primeros metros de clavar bien ni las puntas de los crampones ni la de los piolets. A los cien metros volvimos a encontrarnos en una situación parecida a la del día anterior: nieve helada con una inclinación de 70 grados, e incluso más. Nos daba la sensación de que la montaña cada vez se hacía más grande a
medida que avanzábamos. ¿No se suponía que el final tenía que estar cerca? ¡Y por fin apareció! Cuando por la tarde superamos el último largo, nos encontramos de repente sobre una afilada cresta desde la que se divisaban unas vistas impresionantes del otro lado de la montaña. Soplaba mucho viento y el frío nos calaba. El GPS nos indicaba que la cima se encontraba a unos cien metros por encima de nosotros y a doscientos en horizontal. El amanecer (creo que más bien es el atardecer) volvió a traer un fuerte viento y una masa de nubes empezó a arremolinarse en la cresta. En poco tiempo la niebla lo cubrió todo y la visibilidad era nula. Por suerte dimos con un buen sitio para la tienda. No hizo falta decirnos nada, nos miramos el uno al otro y decidimos que sería allí donde prepararíamos nuestro cuarto vivac. La cima tendría que esperar hasta el día siguiente. Al amanecer comenzamos
la travesía por los picos, atravesando el más alto y dirigiéndonos hacia el lado sur, donde la arista empezaba ya a perder altura. La baja temperatura y el viento gélido calaban hasta los huesos. Las vistas a ambos lados de la montaña eran espectaculares; nos saludaban por el este el Kanchenjunga y al norte la pirámide del Makalu. Al oeste la barrera del Lhotse, el Nuptse y el techo del mundo, el Everest. Más a lo lejos podíamos distinguir el Cho Oyu, con el Gyachung Kang y el Lantang a su izquierda. Parecían sobresalir también entre tanto
«enanito» el Pumori; la masa de hielo más soberbia de todo el Himalaya, el Ama Dablan;
el Kantenga; el empinadísimo Kyashar y sabe Dios qué otros gigantes más.
Coronamos la cumbre principal sobre las diez en punto y pasamos allí unos minutos documentando el momento. Apenas pudimos intercambiar unas sonrisas congeladas y algunas palabras ininteligibles a causa del viento que nos golpeaba. Al tener que sujetar la cámara de fotos, yo no sentía las manos, y Hook parecía no tener muchas ganas de permanecer más tiempo allí arriba. Así pues, gloria y miseria del alpinismo; o lo que es lo mismo, victoria sin ovación. La verdadera felicidad nos esperaba abajo, si es que llegábamos. Pero no auguremos aún un mal final. En la bajada intentábamos mantener un ritmo constante, pero, debido a la dificultad técnica más que a la altura, nuestros pasos se iban haciendo cada vez más lentos. Aquella afilada arista que dividía a la montaña en dos actuaba como Jekyll y Mr. Hyde, si se permite hacer tal comparación. La ruta de descenso se veía clara; no obstante, el hielo que cubría la empinada vertiente norte era como escarcha, el viento que soplaba por la cara este arrastraba nieve en polvo y había pasos que teníamos que rapelar. La blanca línea ondulada que conformaba la arista parecía estar suspendida
en el aire; mil metros infinitos sin tener dónde asegurarnos. Poco a poco la densa niebla del valle se fue acercando y hubo un momento en el que me desvié y me perdí. Uno podría pensar que orientarse en un terreno así resulta fácil, pero no lo es en absoluto. Afortunadamente, recuperamos pronto la ruta correcta y el incidente nos sirvió para recordarnos que cuando la visibilidad es cero, lo único que se debe hacer es esperar. En tramos muy aéreos con tanto patio, un paso en falso podría suponer dos mil metros de caída al vacío.
Aunque no era lo que queríamos, no nos quedaba más opción que vivaquear por quinta vez; aún estábamos a demasiada altura, más de la que hubiésemos deseado. Noté a Hook cambiado; tenía la barba blanca como la de Papá Noel. El viento proveniente del valle no solo había traído consigo niebla, sino también una ligera mezcla de humedad y nieve. Una diminuta repisa protegida por un saliente nos fue de gran ayuda esta vez. No tardamos nada
en tener listo de nuevo nuestro «hotel de cinco estrellas». Lo único que nos quedaba
de comida eran dos tabletas de chocolate, así que esa fue la cena de estos dos hambrientos. Teníamos todo empapado y congelado. En cada gesto notábamos el cansancio físico y nuestro estado de fatiga mental estaba llegando al límite. Después de otra noche «pasional»,
nuestra marcha prosiguió a través de un vasto glaciar. Pasamos horas descendiendo por aquel laberinto hasta que el terreno dejó de ser transitable; las grandes grietas y cascadas de hielo nos obligaron a montar anclajes y rápeles. De nuevo una densa niebla nos sorprendió y, a pesar de que intentamos por todos los medios seguir avanzando con los frontales, se hizo inevitable un sexto vivac. La guerra contra la barrera blanca proveniente
del valle estaba perdida y no podíamos sino aceptar nuestro destino. Montamos la tienda justo donde rompía la lengua del glaciar y teníamos la impresión de que dormíamos dentro de la boca de un enorme tiburón; nos preguntábamos si se cerraría en algún momento. Pasamos la noche delirando por desesperación. Ya no teníamos nada de energía para calentarnos y el frío iba metiéndose por la ropa de forma sigilosa, pero imparable. El séptimo día resultó ser una liberación y una vuelta a la vida. Unos rápeles más y en un par de horas nos encontramos ya caminando por la morrena. ¡Lo logramos! Después de 160 horas interminables estábamos de vuelta en la pradera, libres ya de las garras y del control de aquella montaña despiadada. Nos pegaba el sol en la cara, se nos había ido ya el frío. Nos
quedamos en ropa interior y nos tumbamos sobre la hierba.
Antes de terminar, por cierto, nos sentimos en la obligación de rendir un sincero tributo a la expedición que llevó a cabo la primera ascensiónpor la arista sur, hace ya sesenta años. No sabemos si encontraron aún más nieve que nosotros en la montaña, pero fuera como fuese, ¡qué valientes! En definitiva, Hook y yo estamos vivos tras completar la primera ruta de dos mil metros en el más puro estilo alpino por la cara noroeste del Chamlang «Pared asesina
». El grado que le hemos dado a la vía es ABO; esto significa que ha sido la escalada más difícil que hemos hecho juntos y posiblemente una de las más destacadas que se hayan realizado en el mundo esta primavera. OVNI, el nombre que le hemos puesto, recuerda la afirmación de Reinhold Messner y Doug Scott de haber visto un OVNI sobre el Chamlang en
1981. ¡Yo sí que tuve en todo momento a mi lado a un alienígena, Hook, mi compañero
de cordada! A quien, de paso, me gustaría agradecer haber mantenido la calma en todo momento, sin dejarse llevar por ninguna actitud de esas que surgen a veces entre las personas cuando hay momentos de estrés. Asimismo, quiero expresar mi gratitud al «zorro» Govinda y a su agencia GreenHorizon.com, porque son, desde hace mucho tiempo, mi  base en la “selva” asiática. ¡Esto es todo!
Marek Holeček Maara

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